La Leyenda del Viejo Coyote
Hubo una vez, en aquellos tiempos en los que los estados y las banderas aún no existían, un viejo coyote en lo que hoy ubicamos como el desierto de Arizona. Este animal era de cola gruesa y lanuda, con orejas pequeñas y agudas, de hocico largo y prieto, con ojos ávidos forjados en ámbar.
Este anciano coyote acostumbraba a aparecer en un famoso cruce de caminos con destino a Dios sabe dónde. En ocasiones aconsejaba a los viajeros, en otras se burlaba de ellos; mitad bufón, mitad sabio. Era conocido por su diabólica mezcla: astucia y embuste, humor e inteligencia.
En una ocasión, en aquel camino apareció un comerciante y el coyote surgió de la nada para sermonearle:
—¿A dónde se dirige el que engaña con sus mercancías?, a intercambiar plomo por oro se cree… como si los hijos de Dios no supieran la diferencia. Importante es que no te creas tu propio enredo, porque nada de lo que vendas aquí en la tierra tendrá equivalencia con lo que viene del cielo.
El comerciante quedó desconcertado de que un can del desierto pronunciase semejantes palabras y aceleró el paso desapareciendo entre el horizonte.
Otra vez, en distinta jornada, al cruce de caminos llegó una anciana y el coyote se acercó rapazmente para susurrarle:
—¿Dónde le dirigen sus últimos pasos tatarabuela? ¿Acaso es que no ve usted que es arrogante aferrarse a la vida cuando otros por venir esperan a la fila? Su rostro se muestra pesaroso y afligido, aunque no debe preocuparse vieja amiga, pues al final de este camino comienza otro nuevo.
La anciana a punto estuvo de infartarse por semejante aparición y discurso, de manera que huyó sin articular respuesta.
En distinta ocasión, a los dominios del viejo coyote llegó un explorador, de manera que este se acercó con sonrisa burlona para arengarle:
—¿Quién es aquel que busca nuevas tierras por descubrir?, ¿es que no sabes que todo lo que está bajo el sol ya ha sido nombrado? Más valdría que investigases lo que hay dentro de tu propia sesera, pues territorio más vasto y desconocido queda acá dentro que allá fuera.
El explorador se sobresaltó por semejante advertencia y salió corriendo, cargando a sus espaldas aquel mensaje.
Una vez, a aquel desdichado camino dio a parar una curandera, y sin perder tiempo, el coyote le alcanzó el paso para parlotearle:
—¿Dónde están los enfermos?, que se mueran los que se tengan que morir y que vivan los que tengan que vivir. ¿Quién eres tú para intervenir en los designios de Dios? Si ni siquiera eres capaz de curarte a ti misma de lo que ves, de lo que escuchas y de lo que dices.
La curandera lanzó un grito al cielo, se echó las manos al rostro y se desvaneció a prisa en los caminos del desierto.
Después de mucho tiempo sin visitantes, el coyote recibió en su camino a un niño, un muchacho de mirada noble y gestos inocentes, y como de costumbre, el viejo animal se acercó para atormentarlo:
—¿Qué hace un muchacho tan joven solo en el desierto? ¿Es que buscas terminar esta historia antes de lo debido? Cuida por donde caminas y en quién confías, pues el desierto es muy traicionero. Protege con acero esa inocencia que es propia de los infantes y procura escuchar solamente la voz de la verdad.
A diferencia de los cientos que le precedieron, el niño abrió los ojos con aires de ilusión y lejos de salir a la carrera, se aproximó al coyote:
—Cierto es que no debo fiarme de cualquiera, amigo peludo. Me dijeron que en estos caminos moraba el mismísimo diablo abrumando a las gentes con lengua ligera, sin embargo, ahora por fortuna me encuentro con un sabio consejero.
El coyote enarcó las cejas y erizó su pelo a modo de sospecha. Mascullaba para sus adentros cómo el más joven de los hombres escuchaba sus consejos y no temía su presencia. Quizás ya era demasiado viejo para sermonear, o pudiera ser que el mundo necesitase la fidelidad del perro o la fiereza del lobo.
Sin darse cuenta, el niño se había acercado aún más y ahora se disponía a acariciar el pelaje del coyote mientras pronunciaba unas palabras que parecieron salir de otro sujeto más elevado:
—Cada animal cumple su cometido, el que devora y el que es devorado, de aquel que se huye y el que nos ofrece compañía, pero en estas tierras hace tiempo que escasean los locos, esos que abordan la vida con humor e inteligencia. El loco es el ser más temido en el mundo de los mortales, porque abre y cierra caminos a su antojo, porque dice y hace lo que quiere y eso le recuerda al resto la gran mentira de su existencia.
No acostumbro a explicar mis fábulas, ya que prefiero dar rienda suelta a vuestra imaginación y que saquéis conclusiones propias, pero esta vez hay tanta simbología oculta en este animal tótem, que me he animado a grabar un capítulo de pódcast para narrar la leyenda y darle un poco de contexto.
¿Qué enlace tiene este personaje con el arquetipo del Bufón o el Loco en el Tarot?, ¿qué significa el coyote para las tribus indígenas norteamericanas?
Encontrarás las respuestas en este link: